El gran hedor de 1858

En el verano de 1858 Londres pasó por una situación desagradable. Un fuerte hedor proveniente del río inundó la ciudad durante varias semanas haciendo la vida de sus habitantes insoportable.


Vista de Victoria Embankment


Desde que existe Londres el Támesis ha sido usado como fuente de agua y como alcantarilla. Esta es una combinación muy peligrosa, pero mientras la población permaneció baja y las tomas de agua se hacían corriente arriba, no supuso un problema de salud pública mayor que las ratas o las infecciones.

Cuando la ciudad empezó a crecer tras la revolución industrial el problema se agudizó. En un siglo la población pasó de uno a tres millones de habitantes y el consumo de agua y la producción de residuos creció mucho más, debido a la proliferación de fábricas. 

Parte del agua se traía de zonas limpias, pero en Londres aún había sitios donde se bebía del Támesis y de manantiales y pozos excavados dentro de la ciudad. Los excrementos humanos se vertían en su mayoría en pozos ciegos que contaminaban los acuíferos. Los residuos industriales y todo el agua de lluvia iba a parar al río, directamente o mediante los desagües construidos al efecto .

 

 

Pararse a contemplar el río no era aconsejable en el verano de 1858


El problema fue agravándose y ya en la década de 1820 empiezan a oírse voces que alertan de la espantosa situación del Támesis. En 1855 el renombrado científico Michael Faraday publica una carta en The Times denunciando el estado del río, que califica como una autentica alcantarilla. El gobierno empieza entonces a tomar medidas como verter compuestos de cloro y otros químicos para combatir el olor temporalmente y a elaborar un plan para construir una extensa red de alcantarillado que acabara con el problema definitivamente.

Y en junio de 1858 llega el desastre. Una combinación de ola de calor y sequía hizo que los residuos comenzasen a acumularse y pudrirse en el tramo que transcurría por la ciudad. El olor que hasta entonces era una molestia comenzará a ser insoportable. Tras unas semanas de pestilencia, el parlamento se planteó incluso trasladarse a Oxford. La prensa empieza a llamar a la crisis The great stink (la gran pestilencia) y a quejarse de que un imperio que domina el mundo sea incapaz de mantener su río limpio.


El pestazo era tal que sus señorías estaban pensando en huir.


Pero como no hay mal que cien años dure, unas fuertes lluvias a finales de julio solucionaron el problema temporalmente. El parlamento había tomado nota (no hay nada como que un problema les afecte directamente para que los políticos se pongan a trabajar) y la propuesta de un ingeniero de la Metropolitan Board of Works, que entonces era la institución encargada del área metropolitana como conjunto, superaba todas las trabas que hasta entonces se le habían puesto.

En una próxima entrada trataremos de este excepcional ingeniero y su impresionante obra que cambió Londres para siempre: Joseph Bazalguette.

 

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